Sacco y Vanzetti
Sí, fue su
anarquismo, su amor por la humanidad, lo que los condenó. Cuando Vanzetti fue
arrestado, tenía en el bolsillo un volante que anunciaba una reunión que debía
ocurrir cinco días más tarde. Es un volante que podría distribuirse hoy, en
todo el mundo, de modo tan apropiado como el día de su arresto. Decía: “Han
combatido en todas las guerras. Han trabajado para todos los capitalistas. Han
recorrido todos los países. ¿Han cosechado el fruto de sus fatigas? ¿El
presente les sonríe? ¿El futuro les promete algo? "
Howard Zinn
Cincuenta
años después de la ejecución de los inmigrantes italianos Sacco y Vanzetti, el
gobernador Dukakis de Massachusetts instauró un panel para juzgar la justicia
de dicho proceso, y la conclusión fue que a ninguno de estos dos hombres se les
siguió un proceso justo. Esto levantó en Boston una tormenta menor. John M.
Cabot, embajador estadunidense retirado, envió una carta donde declaraba su
“gran indignación” y apuntaba que la sentencia de muerte fue ratificada por el
gobernador Fuller luego que “tres de los más distinguidos y respetados
ciudadanos hicieran una revisión especial del caso: el presidente Lowell, de
Harvard; el presidente Stratton, del MIT, y el juez retirado Grant”.
Esos tres
“distinguidos y respetados ciudadanos” fueron vistos de modo muy distinto por
Heywood Broun, quien en su columna de New York World escribió inmediatamente
después que los invitados distinguidos del gobernador rindieran su informe. Y
decía: “No cualquier prisionero tiene a un presidente de Harvard University que
le prenda el interruptor de corriente… si esto es un linchamiento, por lo menos
el vendedor de pescado y su amigo el obrero podrán sentirse ungidos en el alma
pues morirán a manos de hombres con trajes de etiqueta y togas académicas”.
Heywood Broun, uno de los más distinguidos periodistas del siglo XX, no duró
mucho como columnista de New York World.
En el 50
aniversario de la ejecución, el New York Times informó que “los planes del
alcalde Beame de proclamar el martes siguiente como el ‘día de Sacco y
Vanzetti’ fueron cancelados en un esfuerzo por evitar controversias, dijo un
vocero de la municipalidad ayer”.
Debe haber
buenas razones para que un caso de 50 años de antigüedad, hoy ya de 81 años,
levante tantas emociones. Sugiero que esto ocurre porque hablar de Sacco y
Vanzetti inevitablemente remueve asuntos que nos perturban hoy: nuestro sistema
de justicia, la relación entre la guerra y las libertades civiles, y lo más
preocupante de todo: las ideas del anarquismo: la obliteración de las fronteras
nacionales y como tal de la guerra, la eliminación de la pobreza y la creación
de una democracia plena.
El caso de
Sacco y Vanzetti revela, en los más descarnados términos, que las nobles
palabras inscritas en los frontispicios de nuestras cortes “igualdad de
justicia ante la ley”, siempre han sido una mentira. Esos dos hombres, el
vendedor de pescado y el zapatero, no lograron obtener justicia en el sistema
estadunidense, porque la justicia no se imparte igual para el pobre que para el
rico, para el oriundo que para el nacido en otros países, para el ortodoxo que
para el radical, para el blanco o la persona de color. Y aunque la injusticia
se juegue hoy de maneras más sutiles y de modos más intrincados que en las
crudas circunstancias que rodearon el caso de Sacco y Vanzetti, su esencia
permanece.
En su
proceso la inequidad fue flagrante. Se les acusaba de robo y asesinato, pero en
la cabeza y en la conducta del fiscal acusador, del juez y del jurado, lo
importante de ambos era, como lo puso Upton Sinclair en su notable novela
Boston, que eran wops, bachiches (es decir “italos mugrosos”), extranjeros,
trabajadores pobres, radicales.
He aquí una
muestra del interrogatorio policiaco.
Policía:
¿Eres ciudadano?
Sacco: No.
Policía: ¿Eres
comunista?
Sacco: No.
Policía:
¿Anarquista?
Sacco: No.
Policía:
¿Crees en el gobierno de nosotros?
Sacco: Sí.
Algunas cuestiones me gustan de modo diferente.
¿Qué tenían
que ver estas cuestiones con el robo de una fábrica de zapatos en South
Braintree, Massachusetts, y con los disparos que recibieron el pagador de la
fábrica y un guardia?
Sacco
mentía, por supuesto. No, no soy comunista. No, no soy anarquista. ¿Por qué le
mintió a la policía? ¿Por qué habría de mentirle un judío a
¿Alguna vez
ha habido justicia en el sistema estadunidense para los pobres, las personas de
color, los radicales? Cuando los ocho anarquistas de Chicago fueron
sentenciados a muerte en 1886 tras el motín de Haymarket (un motín policiaco,
por cierto), no fue porque existiera alguna prueba de conexión entre ellos y la
bomba que alguien arrojó en medio de la policía, no había ni un jirón de
evidencia. Los condenaron por ser los líderes del movimiento anarquista de
Chicago.
Cuando
Eugene Debs y otros mil fueron enviados a prisión durante
Holmes, muy
admirado como uno de los grandes juristas liberales, dejó claro los límites del
liberalismo, las fronteras que le fijaba el nacionalismo vindicativo. Después
de agotadas todas las apelaciones de Sacco y Vanzetti, el caso llegó ante el
propio Holmes, en
En nuestro
tiempo, Ethel y Julius Rosenberg fueron enviados a la silla eléctrica. ¿Fue
porque eran culpables, más allá de cualquier duda razonable, de pasarle
secretos atómicos a
¿Por qué fue
sentenciado en California a diez años de prisión George Jackson, por un robo de
70 dólares, y luego fue asesinado a tiros por los guardias? ¿No fue porque era
pobre, negro y radical?
¿Puede hoy
un musulmán, en la atmósfera de “guerra contra el terror” confiar en una
justicia equitativa ante la ley? ¿Por qué sacó la policía de su carro a mi
vecino del piso de arriba, si no había violado ningún reglamento de tránsito y
luego fue cuestionado y humillado? ¿Acaso fue porque es un brasileño de piel
morena que podría parecer un musulmán de Medio Oriente?
¿Por qué los
dos millones de personas en las cárceles y prisiones estadunidenses, y los seis
millones que están bajo fianza, vigilancia o libertad condicional son fuera de
toda proporción gente de color o pobres? Un estudio muestra que 70 por ciento
de la gente que está recluida en las prisiones de Nueva York proviene de siete
barrios de la ciudad conocidos como zonas de pobreza y desesperación.
La injusticia
de clase corta transversalmente todas las décadas, todos los siglos de nuestra
historia. En medio del caso de Sacco y Vanzetti, en el poblado de Milton,
Massachusetts, un hombre rico le disparó a otro que recogía leña en su
propiedad y lo mató. Pasó ocho días en la cárcel, luego se le dejó salir con
fianza, y no fue procesado. Una ley para los ricos, una ley para los pobres;
esa es una característica persistente de nuestro sistema de justicia.
Pero ser
pobres no fue el crimen principal de Sacco y Vanzetti. Eran italianos,
inmigrantes, anarquistas. No habían pasado siquiera dos años desde el fin de
En Boston
500 fueron arrestados, los encadenaron y marcharon con ellos por las calles.
Luigi Galleani, editor del periódico anarquista Cronaca Sovversiva, al cual
estaban suscritos Sacco y Vanzetti, fue detenido y deportado de inmediato.
Había
ocurrido algo más aterrador. Un compañero de Sacco y Vanzetti, también
anarquista, un tipógrafo llamado Andrea Salsedo, que vivía en Nueva York, fue
secuestrado por agentes de
Hoy sabemos,
como resultado de los informes del Congreso en 1975, de un programa de
contrainteligencia de
Hay muy
pocas razones que nos hagan tener fe en que las libertades civiles en Estados
Unidos puedan protegerse en la atmósfera de histeria que siguió al 11 de
septiembre de 2001 y que continúa hasta el día de hoy. En el país ha habido
redadas de inmigrantes, detenciones indefinidas, deportaciones y espionaje
doméstico no autorizado. En el extranjero se cometen matanzas extrajudiciales, tortura,
bombardeos, guerra y ocupaciones militares.
Así también,
el proceso contra Sacco y Vanzetti comenzó inmediatamente después del Memorial
Day, año y medio después de que terminara la orgía de muerte y patriotismo que
fue
Doce días
después de comenzado el juicio, la prensa informó que los cuerpos de tres
soldados habían sido transferidos de los campos de batalla en Francia a la ciudad
de Brockton, y que toda la población había salido a celebrar una ceremonia
patriótica. Todo esto se hallaba en los periódicos que el jurado podía leer.
Sacco fue
interrogado por el fiscal Katzmann:
Pregunta:
¿Amó usted a este país durante la última semana de mayo de 1917?
Sacco: Eso
es muy difícil de expresar en una sola palabra, señor Katzmann.
Pregunta:
Son dos las palabras que puede usted usar, señor Sacco, sí o no. ¿Cuál es la
palabra?
Sacco: Sí.
Pregunta: Y
para poder mostrarle su amor a este país, Estados Unidos de América, cuando
estaba a punto de llamarlo para que se hiciera usted soldado, ¿se fue usted
corriendo a México?
Al principio
del juicio, el juez Thayer (que hablando con un conocido con el que jugaba al
golf se refirió a los acusados como “esos anarquistas mal nacidos”) dijo al
jurado: “Los conmino a que brinden este servicio, al que se les ha llamado a
que presten aquí, con el mismo espíritu de patriotismo, coraje y devoción al
deber como el que exhibieron nuestros muchachos, nuestros soldados, del otro
lado de los mares”.
Las
emociones evocadas por una bomba que estalló en la casa del procurador general
Palmer durante el tiempo de la guerra –al igual que las emociones desatadas por
la violencia del 11 de septiembre– crearon una atmósfera de ansiedad en la cual
las libertades civiles se pusieron en entredicho.
Sacco y
Vanzetti entendieron que cualquier argumento legal que sus abogados pudieran
haber invocado no prevalecería contra la realidad de una injusticia de clase.
Sacco dijo a la corte, al escuchar la sentencia: “Sé que la sentencia será
entre dos clases, la de los oprimidos y la de los ricos… Es por eso que estoy
aquí ahora, en el banquillo de los acusados, por pertenecer a la clase de los
oprimidos”.
Tal punto de
vista parece dogmático, simplista. No todas las decisiones en las cortes pueden
explicarse así. Pero, a falta de una teoría que encaje en todos los casos, el
punto de vista simple, fuerte de Sacco, es con seguridad una mejor guía para
entender el sistema legal que aquel que asume que hay una competencia entre
iguales basada en una búsqueda objetiva por averiguar la verdad.
Vanzetti
sabía que los argumentos legales no los salvarían. A menos que un millón de
estadunidenses se organizaran, él y su amigo Sacco morirían. Palabras no,
lucha. Apelaciones no, exigencias. Peticiones al gobernador no, toma de
fábricas. No se trataba de lubricar la maquinaria de un supuesto sistema legal
justo para que funcionara mejor, sino de una huelga general que detuviera la
maquinaria.
Tal cosa nunca
ocurrió. Miles se manifestaron, marcharon, protestaron, no sólo en Nueva York,
Boston, Chicago y San Francisco; también en Londres, París, Buenos Aires y
Sudáfrica. No fue suficiente. La noche de su ejecución, miles se manifestaron
en Charlestown, pero un enorme contingente de policías los mantuvo alejados de
la prisión. Fueron arrestados muchos manifestantes. Las ametralladoras estaban
emplazadas en las azoteas y los reflectores barrían el escenario.
Una gran
multitud se juntó en Union Square el 23 de agosto de 1927. Unos minutos antes
de la medianoche, las luces de la prisión se atenuaron en el momento en que los
dos hombres fueron electrocutados. El New York World describió la escena: “La
multitud respondió con un sollozo gigante. Las mujeres se desmayaron en 15 o 20
lugares. Otras, sobrecogidas, se tumbaron en las banquetas y hundieron la
cabeza entre los brazos. Los hombres se apoyaban en los hombros de otros
hombres y lloraban”.
Su crimen
máximo era su anarquismo, una idea que aún hoy nos desconcierta como un
relámpago debido a su verdad esencial: todos somos uno, las fronteras
nacionales, los odios nacionales deben desaparecer, la guerra es intolerable,
los frutos de la tierra deben compartirse, y mediante la lucha organizada
contra la autoridad, puede advenir un mundo así.
Lo que nos
llega a hoy del caso de Sacco y Vanzetti no es sólo la tragedia, también nos
llega la inspiración. Su inglés no era perfecto, pero cuando hablaban se volvía
una especie de poesía. Vanzetti dijo de su amigo: “Sacco es un corazón, una fe,
un carácter, un hombre; un hombre que ama la naturaleza y a la humanidad. Un
hombre que lo dio todo, que lo sacrifica todo a la causa de la libertad y a su
amor a la humanidad: el dinero, el descanso, la ambición mundana, su propia esposa,
sus niños, él mismo y su propia vida… Ah, sí, puede que sea yo más ingenioso y
más parlanchín que él, pero muchas, muchas veces, al escuchar cómo resuena en
su voz valerosa una fe sublime, al considerar su sacrificio supremo, al
recordar su heroísmo, me he sentido pequeño, pequeño en presencia de su
grandeza, y me he sentido empujado a no dejar que me invadan las lágrimas, a
dominar el corazón que se me agolpa en la garganta para no llorar ante él; ante
este hombre al que se le llama capo , asesino y maldito”.
Lo peor de
todo es que fueran anarquistas, lo que significaba que tenían alguna loca
noción de democracia plena donde no existiría la extranjería ni la pobreza, y
que pensaran que sin esas provocaciones la guerra entre las naciones terminaría
para siempre. Pero para que esto ocurriera los ricos debían ser combatidos y
sus riquezas confiscadas. Esa idea anarquista es un crimen mucho peor que robar
una nómina y por eso hasta el día de hoy Sacco y Vanzetti no pueden ser
recordados sin gran ansiedad.
Sacco
escribió esto a su hijo Dante: “Así que, hijo, en vez de llorar, sé fuerte, de
modo que seas capaz de consolar a tu madre… llévala a una larga caminata por el
campo en silencio, junten flores silvestres aquí y allá, descansen a la sombra
de los árboles… pero recuerda siempre, Dante, en este juego de la felicidad no
te sirvas a ti mismo únicamente… ayuda a los perseguidos y a las víctimas,
porque son ellos tus mejores amigos… en esta lucha de vida hallarás más amor y
serás amado”.
Sí, fue su
anarquismo, su amor por la humanidad, lo que los condenó. Cuando Vanzetti fue
arrestado, tenía en el bolsillo un volante que anunciaba una reunión que debía
ocurrir cinco días más tarde. Es un volante que podría distribuirse hoy, en
todo el mundo, de modo tan apropiado como el día de su arresto. Decía: “Han
combatido en todas las guerras. Han trabajado para todos los capitalistas. Han
recorrido todos los países. ¿Han cosechado los frutos de sus fatigas, el premio
de sus victorias? ¿Acaso el pasado les da consuelo? ¿El presente les sonríe?
¿El futuro les promete cualquier cosa? ¿Han encontrado un pedazo de tierra
donde puedan vivir como seres humanos y morir como seres humanos? Sobre esas
cuestiones, sobre estos argumentos de la lucha por la existencia, Bartolomeo
Vanzetti hablará en esa reunión”.
Ese
encuentro nunca tuvo lugar. Pero su espíritu existe hoy en la gente que cree y
que ama y que lucha en todo el mundo.
::Traducción:
Ramón Vera Herrera ::Fuente: Rebelión
*Tomado del
nuevo libro de Howard Zinn: A Power Governments Cannot Suppress, City Lights
Books, San Francisco, 2007. Este libro será publicado en fecha próxima por
Artículo extraído de:
http://www.nodo50.org/Sacco-y-Vanzetti.html
http://www.radioklara.org/spip/spip.php?article1173